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Desastre, epidemia y pandemia. La literatura y su contribución a la comprensión del riesgo de desastres urbanos: La Peste de Albert Camus

Allan LavellAutor:
Allan Lavell

ha provocado considerables reflexiones, discusiones, interpretaciones e intentos de comprender la presente pandemia como tal, las respuestas humanas a ella y sus efectos en la sociedad, la ecología, la economía, la cultura y la política. También ha suscitado reflexiones en el plano filosófico y práctico, entre ellas sobre lo absurdo, el Estado y gobierno, la desigualdad, lo cotidiano y el futuro y la llamada «nueva normalidad». El ensayo que presentamos aquí proporciona, con base en contenidos del libro de Camus, una perspectiva de análisis y un debate sobre las condiciones sociales, económicas, culturales y políticas que envuelven desastres y catástrofes (en entornos urbanos y en otros lugares), cómo se entienden estos, cómo la población los vive y como los analizan la academia y la comunidad de práctica.

El análisis que brindamos sobre  desastre y catástrofe como condiciones, su advenimiento, desarrollo, efectos y su finalización, se basa en frases, observaciones, conversaciones y reflexiones que se extraen  del libro, basadas en las relaciones y contactos entre sus principales personajes: el Dr. Rieux, reportero del libro y el actor principal de la respuesta médica en Orán; el señor Tarrou, ciudadano alojado en un hotel de la ciudad, que se compromete a ayudar en la organización y control de la respuesta sanitaria en la ciudad; el señor Rambert, periodista parisino, alojado en el mismo hotel, quien decidió escapar de la ciudad para volver con su esposa en París, pero que, por valores éticos y motivos solidarios con la gente de la ciudad y sus amigos, finalmente decide quedarse para ayudar en la respuesta a la crisis sanitaria; y el Sr. Cottard de origen y antecedentes desconocidos, pero claramente está al margen de la ley.

Nuestro marco conceptual se deriva de una consideración de desastres, plagas, epidemias, pandemias y catástrofes como construcciones sociales. En otras palabras, condiciones que están determinadas esencialmente por causas, efectos e impactos relacionadas con la organización y funcionamiento de la sociedad, a diferencia de por los eventos físicos, biológicos o tecnológicos que las provocan (por ejemplo, terremotos, inundaciones, virus, plagas, incendios y explosiones).

A la luz de este enfoque, es importante desde el principio considerar una conversación entre el Sr. Tarrou y el Dr. Rieux cuando la plaga ya estaba asolando la ciudad. Reflexionando sobre el proceso de infección, el Sr. Tarrou comenta al Dr. Rieux que «Lo natural es el microbio. Todo lo demás, salud, integridad, pureza (si se quiere) es producto de la voluntad humana, de una vigilancia que nunca debe flaquear. El buen hombre, el hombre que casi no contagia a nadie, es el hombre que menos lapsus de atención tiene. Y se necesita una fuerza de voluntad tremenda, una tensión mental sin fin, para evitar tales lapsos» (p. 253).

Esta conversación delimita la esencia de la idea de que los desastres «no son naturales», no son construcciones físicas, biológicas o tecnológicas, sino el resultado de procesos guiados por diferentes formas y medios de participación y acción social. De esta manera, en el contexto actual de COVID-19 los llamados de distintos actores sociales para afrontarlo como una «guerra» o «batalla» contra el virus deben ser desmitificados e ignorados por su incorrecto abordamiento del problema. La guerra, si existe, es con la sociedad misma y aspectos de su comportamiento colectivo, metas a corto plazo, conducta irracional, olvido, falta de vigilancia, y descuido del bienestar de los demás. Existe la necesidad de evitar y controlar los procesos mediante los cuales se socializa el riesgo, buscando prevenir y mitigar las conductas egoístas que pueden resultar en la búsqueda de una «ganancia» personal o colectiva (ya sea material, mental o vivencial), afectando a terceros que no participan de las ganancias y utilidades resultantes.

La privatización de las ganancias y la socialización del riesgo es un tema central en el análisis de la construcción social del riesgo hoy en día, sobre todo relacionándolo con el concepto denominado «amenaza moral». Es decir, la asunción de riesgos a través de la implementación de acciones, políticas y estrategias que beneficien a personas, empresas, corporaciones u organizaciones seleccionadas y que muchas veces son incentivadas por la compensación del siniestro, en caso de que esto ocurra, por parte de entes tales como el Estado, las compañías de seguros u otros. La amenaza moral («moral hazard», en inglés), por lo tanto, puede usarse como  término para describir «cualquier situación en la que una persona decide cuánto riesgo tomar, mientras que otra persona asume el costo si las cosas van mal» (Krugman, 2009).

Antes del advenimiento del desastre

La anticipación de posibles desastres futuros, mediante la identificación de las condiciones existentes del riesgo latente, ha sido fundamental para ofrecer oportunidades de preparación ante la ocurrencia de los desastres (gestión reactiva) y de la prevención del riesgo de desastres (gestión prospectiva). Los métodos para ello han variado desde lo formal-científico, como los sistemas de alerta, la construcción histórica de los períodos de retorno y la magnitud de las amenazas, los estudios de vulnerabilidad social y territorialmente sensibles, los estudios forenses, entre otros, hasta el uso del conocimiento popular indígena, creencias e interpretaciones de señales o predictores naturales (bioindicadores) como la lectura del comportamiento de los insectos, plantas y animales, basadas en los sentidos agudos de hombres y mujeres principalmente de áreas rurales y no urbanas. El grado en que los desastres ocurren de manera esperada o inesperada, o el grado en que se previene el riesgo, entre otras consideraciones, dependerá del grado en que se tengan en cuenta entre las autoridades y la población, las pruebas de la ciencia formal y el conocimiento cultural del funcionamiento de los ecosistemas naturales, sociales y económicos.  

La siguiente observación parafraseada de una conversación con el vigilante nocturno del hotel donde se hospedan Tarrou y Rambert ilustra interpretaciones del tipo popular y cultural ( que, en  el  caso  citado,  mal  apunta a relaciones y causalidades).

«Todas estas ratas significan que se avecinan problemas… no puedo decir qué problemas, porque los desastres siempre surgen de la nada. Pero, no me sorprendería que se estuviera gestando un terremoto» (p. 27).

Y, otro aspecto de la influencia de las creencias sobre la interpretación del cuando de la ocurrencia de un desastre esta captado en la siguiente frase parafraseada de una observación del relator del libro durante una conversación con el Sr Tarrou:

«Todo el mundo sabe que las pestilencias tienen una forma de repetirse en el mundo, pero de alguna manera nos resulta difícil creer en las que caen sobre nuestras cabezas desde un cielo azul. Ha habido tantas plagas como guerras en la historia, pero siempre las plagas y las guerras toman a la gente igualmente por sorpresa… la estupidez se interpone en el camino de la comprensión, de estar envueltos en nosotros mismos. La gente es humanista, no cree en la pestilencia. ¿Cómo deberían (la gente del pueblo) haber pensado en algo parecido a la peste, que descarta cualquier futuro, cancela viajes, silencia el intercambio de opiniones? Se creían libres y nadie lo será mientras haya pestilencias» (p. 37).

Mucho se ha escrito sobre cómo el riesgo de desastres o el riesgo en general está sujeto a diferentes interpretaciones, niveles de conocimiento, aceptación o rechazo y, en consecuencia, intervención o azar. Camus captura en las observaciones y conversaciones arriba mencionadas, la esencia de dos contextos bien conocidos hoy en día en lo que respecta a los desastres y la anticipación de su ocurrencia.

Primero, en cuanto a la comprensión de causas y relaciones entre contextos o factores independientes e improbables y, segundo, en cuanto a la negación y el olvido y las falsas esperanzas de futuro que, a su vez, tienden a desplazar posibles impactos futuros hacia terceros. Por supuesto, estas interpretaciones y el acecho de explicación que implican van acompañadas de interpretaciones religiosas que se reflejan en el primer discurso del arzobispo de la ciudad en el momento del abrupto crecimiento del número de muertos en Orán que requería una explicación (en este caso, actos de Dios) más allá, de la casualidad.

Al reflexionar sobre el COVID-19 a la luz de las declaraciones de La Peste y con nuestro conocimiento del comportamiento contrastante de la sociedad y el Estado frente al COVID en diferentes países, se puede apreciar claramente la comparación entre países que aprendieron del pasado, no  encontraron en el caso de COVID-19 algo que les caiga sobre la cabeza de la nada, y que, con base en ese conocimiento y previsión, estuvieran mejor preparados para afrontar la pandemia una vez anunciada o propagándose, y, por otro lado, aquellos que no aprendieron de los recientes casos (SARS, Ébola, etc.) o experiencias pasadas (la gripe española de 1917-21, por ejemplo),  y que parecían pensar o actuar como si la pandemia cayera de un cielo azul claro, comprendiendo el evento como uno de «cisne negro», que llegara sin previo aviso. Más allá de estas explicaciones simplistas basadas en la ignorancia, una explicación bastante más insidiosa basada en la política, el interés propio, el egoísmo, la burocracia, la falta de experiencia, el conflicto de intereses y el miedo, o alguna combinación de todos estos, probablemente esté más cerca de la realidad.

Los inicios de la epidemia-desastre

La negación de la posibilidad o el desvío de la atención hacia causas erróneas y resultados poco realistas implícitos en el análisis anterior siempre va acompañada en los desastres de la esperanza de que los impactos serán mucho menores de las que realmente se experimentan, o la negación de la importancia de las señales precursoras sobre impactos futuros. Esto es especialmente cierto en los casos de lo que se denominan «desastres de evolución lenta», como los asociados con sequías, o desastres de «onda larga», como la pandemia de COVID-19 o SIDA, a diferencia de los asociados con terremotos o huracanes, tornados o inundaciones repentinas. En el caso de estos eventos de rápida aparición, los impactos directos son mucho más evidentes de una vez por todas, aunque a veces no se dan a conocer oficialmente, o, por el contrario, se exageran por razones políticas o estatales, como es el caso donde los países reportan impactos mucho menores o mayores de lo que realmente ocurrieron. Las estadísticas oficiales sobre crisis, proporcionadas de forma manipulada, juegan un papel de control social, tanto para alarmar a la población como para enmascarar la crisis.

En La Peste se afirma que «las cifras hablaban por sí solas. Sin embargo, todavía no eran lo suficientemente sensacionales como para evitar que nuestros habitantes, a pesar de que estaban perturbados, persistieran en la idea de que lo que estaba sucediendo era una especie de accidente, bastante desagradable, pero ciertamente de orden temporal» (pp. 78-79)

La negación del contexto y la realidad es implícita en las epidemias o pandemias y puede llevar al incumplimiento de las reglas y normas impuestas por las autoridades o por las propias personas, de tal manera que las infecciones pueden aumentar abruptamente, acelerando así la gravedad del contexto sanitario existente.

En otro orden de eventos, cuando Tarrou regresa al hotel al comienzo del aumento en el número de muertos y el vigilante nocturno le recuerda que había predicho un desastre, Tarrou le recuerda que de hecho había predicho un terremoto, no una epidemia.  El vigilante nocturno responde «¡Ah, sí tan solo hubiera sido un terremoto! Un buen mal golpe y ahí estás. Cuenta los muertos y los vivos y eso es el final. Pero esta maldita enfermedad de aquí, incluso aquellos que no la han contraído no pueden pensar en otra cosa» (pp. 114-115).

Más allá de la comparación entre lo abrupto y lo continuo, lo repentino y la onda larga, la declaración es profética de varios debates en curso en la actualidad entre la comunidad de desastres y riesgos.

Primero, en cuanto a cuándo comienza y cuándo termina un desastre. La idea de que con un terremoto se cuentan los muertos y los vivos, y todo termina ahí, es claramente errónea. Tanto con un terremoto como con una epidemia o pandemia, los impactos primarios y directos – incluyendo muerte, enfermedad, pérdida de bienes y daños y pérdida de infraestructura – se acompañan en diferentes momentos de lo que se ha denominado efectos o impactos secundarios o indirectos sobre el empleo, la inflación, deuda personal y nacional, migración, ingresos familiares y empresariales, e impactos en los medios de subsistencia y formas de vida. Es decir, el impacto inicial va acompañado de efectos concatenados que hoy reciben el nombre de «efectos dominó» dentro de un concepto más general de «riesgo sistémico». Con un terremoto, estos se relacionan con la pérdida inicial y muchas veces abrupta de infraestructuras básicas y estratégicas, viviendas, edificios, muerte y enfermedad de personas, animales, etc. y su impacto en diferentes colectivos. Con la pandemia de COVID-19 se relacionan con el efecto directo de la enfermedad y la muerte en las familias y sus vidas y medios de vida, además de manera más general, los efectos del cierre de las economías y el distanciamiento físico de las personas, todo ello dictado por el gobierno como mecanismo de control del contagio.

En segundo lugar, existe una diferencia, en términos de sensibilidad y participación social entre, por un lado, un terremoto, que afecta directamente a una población identificable en el corto plazo y donde el apoyo de otros, (individuos, familias o grupos no afectados, el Estado o el sector privado), constituyen actos de apoyo independiente, voluntario u obligatorio, y por otro lado, una epidemia donde no importa si una persona se encuentra entre los ya afectados directamente, dado que el proceso continuo de la epidemia y la posibilidad de su propio contagio en el futuro depende de su actitud y comportamiento como individuo y colectividad en la sociedad. Las demandas y los controles deben ejercerse sobre la comunidad en su conjunto y no sobre una parte de ella, tanto en términos de prevención como de respuesta.

Sobre la gestión de la respuesta humanitaria, la infección y las reacciones de la población

Hay tres alusiones y comentarios críticos relevantes sobre la respuesta, reacción e incidencia (espacial, y por ende social) de la enfermedad encontradas en el trabajo de Camus y que acompañan la descripción de las medidas tomadas por las autoridades para controlar el contagio- cerrando las puertas de la ciudad y controlando la salida y entrada de las personas; cuarentena y aislamiento, limpieza ambiental y remoción de ratas, matanza de perros y gatos callejeros, entre otros.

Primero, Rieux y Tarrou conversando sobre las medidas de control de la salud con la participación voluntaria de la población, comentan «Se ha hecho, la respuesta fue mala. Se hizo a través de canales oficiales y con desgana. Lo que les falta es imaginación. El oficialismo nunca puede hacer frente a algo realmente catastrófico. Y las acciones correctivas que piensan no son ni adecuadas para un resfriado común» (p. 124).

El comentario contextualiza un debate y análisis de larga data en las ciencias sociales sobre el Estado y el desastre, la respuesta oficial del gobierno, la participación de la sociedad civil y el sector privado, lo innovador versus lo rutinario, la imaginación versus la acción conservadora y sobre normas y controles. Mientras que la burocracia, en el contexto de lo cotidiano y regular, requiere normas y prácticas probadas y repetidas, un desastre, una catástrofe, la ruptura excepcional o aparente con la normalidad y de las rutinas cotidianas, requiere romper con el pasado. La respuesta humanitaria requiere de innovación e imaginación que, en general, la burocracia, por el statu quo, la indolencia, la falta de experiencia, entre otros factores, es incapaz de brindar o no cuenta con canales flexibles a través de los cuales dirigirse y adaptarse a las circunstancias cambiantes y complejas que significa gestionar las crisis. Donde se necesita integración y coordinación sectorial y espacial, existen acciones compartamentalizados, celos y egoísmos.

En segundo lugar, cuando los familiares de los enfermos visitaron el hospital, con la intención de buscar ver a sus seres queridos, Rambert se sorprendió de que quisieran exponerse al riesgo de contagio, a lo que Cottard considero el riesgo que asumieron las familias de las víctimas como aceptable respondiendo: «Bueno, sí, acepto que corren algunos riesgos. Te lo aseguro, de todos modos, cuando lo piensas, uno corría tanto riesgo en los viejos tiempos al cruzar una calle concurrida» (p. 144).

Esta afirmación capta claramente la noción de riesgo relativo y los contextos en los que las personas, de acuerdo con su experiencia y motivaciones particulares, evalúan y perciben el riesgo de diferentes formas, tanto con referencia al mismo tipo de riesgo y en comparación con otros riesgos diferentes. El comportamiento aparentemente irracional de las personas frente al virus asociado con COVID-19 es un ejemplo de decisiones tomadas en un entorno de riesgos y elecciones de vida personal, familiar y profesional que son contrastantes, combinado con una minimización de la importancia que se le da al virus, a su vez, siendo una condición en sí misma influenciada por diversos factores, interpretaciones y vivencias del impacto, de acuerdo con individuos de diferentes edades y condiciones físicas. Aquí también vale la pena recordar que los discursos populistas en varios países que argumentaron que la COVID-19 era una «enfermedad de clase» porque afectaba particularmente a las clases más ricas o acomodadas, y que los pobres no se ven afectados por haber enfrentado condiciones insalubres durante toda su vida y, por lo tanto, están inmune.

En tercer lugar, al comentar la respuesta generalizada de las personas en una fase avanzada de la epidemia, «nuestros conciudadanos se han alineado, se han adaptado, como dice la gente, a la situación, porque no había forma de hacer lo contrario» (p.181). Renuncia, la obediencia, la conformidad, la ley y su aplicación se refleja en este atributo descrito. Lo que también se aprecia es una verticalidad en la línea de mando de la gestión de la crisis, lo que trae consigo frustración y resignación. A la vez se ha visto en varios países una respuesta social deficiente por las condiciones prexistentes de pobreza, exclusión y desigualdad combinados con los nuevos retos y restricciones asociados con el COVID 19 que han conducido a protestas persistentes y a veces violentas.

En cuarto lugar, con respecto a la facilidad o no de acceso a bienes y suministros y los problemas asociados con la corrupción, las ganancias ilícitas y el acaparamiento de bienes para el futuro, «el resultado fue que las familias pobres se encontraban en grandes apuros mientras que los ricos estaban cortos de nada. Así, mientras que la peste y sus administraciones imparciales deberían haber promovido la igualdad entre la gente de nuestra ciudad, ahora tenía el efecto contrario y, gracias al efecto habitual de la codicia, exacerbaba la sensación de injusticia que irritaba el corazón de los hombres. Por supuesto, se les aseguró la infalible igualdad de la muerte, pero nadie quería ese tipo de igualdad» (pp. 236-237.)

La mayor desigualdad de unos en comparación con otros (los habituales) después o durante un shock, desastre o crisis, se aprecia hoy mucho más agudamente que en el pasado, debido a los impactos sociales desiguales bien analizados durante la pandemia del COVID-19 tanto dentro de una nación como comparando entre naciones. Este proceso desigual e inequitativo revela el efecto de las relaciones entre las condiciones existentes de vulnerabilidad y exposición (muchas de ellas expresiones de pobreza, exclusión y marginación) junto con bajos niveles de resiliencia, al explicar, sin importar el tipo de shock, desastre, epidemia o pandemia que se produce, por qué son los mismos grupos sociales (vulnerables y pobres) los que más sufren las consecuencias a corto y medio plazo. La incertidumbre en cuanto al tipo de amenaza que nos puede afectar, y en cuanto al momento de su materialización o su  dimensión, se contrasta con la certeza (aunque no reconocida muchas veces) en cuanto las condiciones sociales preexistentes, la vulnerabilidad y exposición que pueden alimentar el riesgo a formas previsibles.

Quinto y último, la plaga extendió sus efectos e impactos para cubrir el centro de la ciudad, las áreas más prósperas y ricas, cuando al principio «encontró más víctimas en los distritos exteriores más densamente poblados y menos acondicionados que en el corazón de la ciudad» (p. 168). Aquí estamos tratando con los impactos directos del microbio, y no con los efectos de desbordamiento derivados, cuya ubicación puede ser mucho más diversa y generalizada social y espacialmente.

El espacio y el territorio, como reflejo de lo social, es un tema de gran importancia en el análisis y comprensión del riesgo. El proceso de contagio desde las zonas más desfavorecidas de una ciudad a las zonas más acomodadas suele seguir la lógica de que las condiciones de salud y de vida en las zonas informales y periféricas de las ciudades son más precarias debido al acceso insuficiente o deficiente a los servicios básicos, y deficientes condiciones sanitarias ambientales, que no garantizan una adecuada higiene, especialmente personales y familiares. Mientras que la propalación del contagio a otras áreas se debe, casi con certeza, a la interconectividad de la ciudad, los movimientos de población para el trabajo y el comercio, y los movimientos de animales en busca de alimento, cobijo y protección.

Aquí es importante señalar cómo, al comienzo de la pandemia, fueron las clases más pudientes fuera de China las que primero sufrieron el contagio cuando entraron en contacto con personas infectadas en viajes de trabajo o vacaciones al extranjero, y luego llevaron la infección a sus hogares, países y barrios. Pero este proceso inicial fue rápidamente reemplazado por la lógica descrita anteriormente.

Lo que diferencia el proceso de impacto directo por terremotos y epidemias es que en el primer caso los impactos se limitan espacialmente a la zona del desastre en sí, aunque estos impactos pueden luego transmitirse a otros entornos sociales y espaciales, a través de la propagación negativa sobre sus efectos. En el caso de los gérmenes de Camus o el virus COVID-19, estos no tienen un límite espacial fijo, y pueden repetirse innumerablemente en el tiempo.

Con referencia a este último punto, conviene establecer la diferencia entre la plaga de Camus u otras manifestaciones de enfermedades similares y la pandemia de COVID-19 (enfermedades zoonóticas). En el primer caso, el microbio es transmitido por la pulga, que montó en el lomo de las ratas, en el momento en que pica a una persona, mientras que en el caso de la pandemia del COVID-19 que también es una enfermedad zoonótica se transmite directa o indirectamente de persona a persona. Esta diferencia también significa una diferencia en las formas de controlar el contagio.

Cualquiera que sea el tipo de pandemia o epidemia, una estrategia integral y holística es la única manera de reducir y eliminar el contagio y esto debe ser elaborado y seguido tanto a nivel social como local, nacional y regional. Gran parte del problema con COVID-19 ha sido la falta de estrategias globales, nacionales e internacionales, así como locales y regionales.

El final y las secuelas

Hablando en el contexto del aparente final de la plaga en la ciudad, el Dr. Rieux comenta que «Todos estuvieron de acuerdo en que las comodidades del pasado no se podían restaurar de una vez; la destrucción es un proceso más fácil y rápido que la reconstrucción» (p. 269). Y, Tarrou expresó más tarde su esperanza de que las puertas de la ciudad se reabrieran pronto para tener el movimiento de personas y mercancías «un regreso a la vida normal en un futuro próximo». Cottard luego replicó: «De acuerdo, pero ¿qué quieres decir con vida normal?» Tarrou sonrió, «nuevas películas en el cine». Cottard, sin sonreír, respondió. «¿Se suponía que la plaga no habría cambiado nada y la vida de la ciudad continuaría como antes, exactamente como si nada hubiera pasado?» (p279).

Las dos conversaciones y comentarios encierran y abren el debate sobre el futuro y el desarrollo transformacional, el cambio, la sostenibilidad, la recuperación verde y la resiliencia que ahora prevalecen en las discusiones sobre la recuperación posterior al COVID-19 y replican en mayor grado debates anteriores después de grandes crisis y desastres. La normalidad y una nueva normalidad post pandemia son temas de análisis en el día a día, en un contexto de toma de decisiones donde, parafraseando a Camus, «la voluntad humana y la vigilancia nunca deben flaquear y debe existir una tremenda fuerza de voluntad, una tensión mental sin fin» (p 253).

Para la ciudad, esta discusión implica la consideración del proceso urbano en el futuro y el uso de la forma, estructura y función de la ciudad para fomentar un entorno más seguro cuando se enfrentan colectivamente, no solo con posibles nuevas pandemias, sino también con los impactos de otras amenazas más conocidas, tales como: inundaciones, terremotos y deslizamientos de tierra, entre otros. La condición humana existente de desigualdad, segregación, pobreza, vulnerabilidad y falta de resiliencia que caracteriza a muchos centros urbanos en la actualidad, y las formas y estructuras urbanas (alta densidad, áreas carentes de servicios y degradadas ambientalmente, que requieren largos viajes de trabajo en condiciones adversas, por ejemplo) que los reflejan son la base del riesgo asociado con múltiples contextos de peligros diferentes. Solo construyendo pueblos y ciudades justos, equitativas, se puede reducir el riesgo y con ello lograr un aumento del bienestar y la prosperidad.

Notas

[1] Una reflexión en torno a riesgo, resiliencia y desastre urbano, contribución  al paquete de trabajo II del proyecto  KNOW sobre conocimiento en  acción para la igualdad urbana coordinada globalmente por el DPU-University College London y  en ALC por la FLACSO Costa Rica.

Referencias

Camus, A (1947) La peste. Primera Edición Internacional Vintage, marzo de 1991.

Krugman, Paul. (2009). El regreso de la economía de la depresión y la crisis de 2008. Nueva York: W.W. Norton Company Limited.


* Este texto es de carácter de opinión, responsabilidad de cada autor/a.

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